Jirones de periódico

Atribulaciones y publicaciones de una escritora y periodista madrileña en la aldea gallega

16 junio 2006

Maestría escénica


Crítica "Pasaba por allí", de La Cena, de Brisville.

Queda muy atrás en el recuerdo la última vez que disfruté tanto y con tanto motivo ante un escenario. El texto de Brisville resultaba complejo en ocasiones, denso, apabullante.
Sobre un único escenario, dos actores de armas tomar departen con gran oficio sobre el futuro de todo un país. Demasiado inmovilismo para un momento en que los efectos especiales, los golpes sorprendentes y los giros dramáticos en los acontecimientos están a la orden del día. Sin duda, una apuesta arriesgada por más de un motivo. Ninguno de los personajes que se presentan sobre el escenario merecen el más mínimo apunte de simpatía por parte del público. Son cínicos, canallas, malcarados, asesinos, prevaricadores, tramposos, infieles, depravados. Y, sin embargo, son puro arte.
El texto, el tema de la obra, gustó a unos más que a otros, pero de lo que no dudó nadie fue de haber asistido a una representación de las que, hoy por hoy, se ven ya pocas.

Puro oficio teatral. Poco queda por decir de la capacidad de ese animal de escenario que es Flotats. Su presencia en escena resultaba cegadora, la voz, el porte, el tono. Todo en él rezumaba profesionalidad, carisma y saber hacer.
La gran sorpresa estuvo encarnada en la imponente figura de Carmelo Gómez, a quien no se le notaba en absoluto sus casi diez años de alejamiento escénico. Todos y cada uno de sus gestos, las inflexiones de su voz, nada había en él que resultase sobrante o excesivo, un pecado en el que suelen reincidir con cierta frecuencia los actores de la pantalla, grande o pequeña, que deciden salir a pasear por el teatro.
Pero si hay algo que se deba destacar de estas dos horas de máxima calidad teatral son los silencios. Es habitual que cuando se da en la escena un silencio más o menos prolongado, el respetable tienda a pensar que alguien ha olvidado un pie, que se han perdido en el texto. Pero Flotats y Gómez mostraron ayer la clara diferencia que existe entre un blanco y un silencio. Medidos, milimetrados, recalcando la tensión in crescendo entre los dos maquiavélicos personajes, nunca excesivos, nunca incómodos, enmarcados por gestos, medias palabras, sobre entendidos. Silencios que decían, de tan bien hechos, casi más que el propio texto.
La del martes fue una magistral lección de teatro bien hecho, de arte puro y duro, de capacidad escénica y de trabajo, mucho, mucho trabajo técnico.

Publicado en FARO DE VIGO, el Viernes, 16 de junio de 2006

09 junio 2006

Entrevista a Josep María Flotats


Cinismo político con acento francés


Desde el primer momento, su voz grave y pausada deja claro que Josep maría flotats es un hombre del teatro, un profesional de los que quedan pocos. Exquisito y prolijo nos habla de los motivos y razones que, en esta ocasión, le han llevado a sumir el riesgo escénico y real, de interpretar al maquiavélico Tayllerand junto a Carmelo Gómez en la francesa La cena.

Diez años, nada menos, ha estado esperando en un cajón de la mesilla de noche el texto del dramaturgo francés Jean Claude Brisville a que Josep María Flotats se decidiese a llevarlo a los escenarios, “me faltaban diez años para representar el personaje de Tayllerand”, comenta.

El regreso de Carmelo Gómez. La obra supone, además, la vuelta del actor leonés a los escenarios, tras casi diez años de ausencia. “Le convencí. No fue muy difícil. Tardó un mes en darme una respuesta, pero yo esperé y cuando le volví a llamar dijo que sí. Ningún actor digno de ese nombre habría rechazado un personaje como Fouché. Es un bombón. Como hacía muchos años que no había subido a un escenario, dijo primero que sí, y después que no, por miedo, un miedo que le honra. Pero como le dije, eso ya se te pasará”, comenta Flotats, al otro lado del teléfono, poco días antes de comenzar sus representaciones en tierras gallegas. A su pareja teatral se le pasó el miedo, en parte, gracias a los extensos ensayos que fueron necesarios para llevar a cabo el montaje. “Ensayamos mucho, porque es una obra muy milimetrada, por la necesidad técnica que es hablar, comer y beber. Comer mientras se habla es de una dificultad tremenda. Además hay que reflejar la constante tensión que hay entre los dos personajes, porque los dos quieren sobrevivir y mandar en la historia, salvarse manteniendo el poder. Ese juego entre los dos es muy importante, los silencios están llenos de tensión. Y para eso había que marcar muy bien los tempos y el ritmo general de la obra”.

Personajes de escalofrío. Tras París 1940, Flotats ha cambiado radicalmente la síntesis de su mensaje. Mientras en la primera obra se sentía más que identificado con el mensaje ofrecido, en La cena, la simpatía con los personajes es prácticamente nula. “Cuando hice París 40 siempre decía que era relativamente fácil subir a un escenario y contar al público aquello en lo que yo más creo, las clases de Jouvet, la escuela que me ha formado. Es como si un monje estuviese enseñando los evangelios, su fe y le es fácil comunicarlo. Pero para hacer de Tayllerand, en el que no creo en absoluto y que me da repelús total a nivel de ciudadano, ética y estéticamente, hay que interpretar a un canalla, y es muy divertido. El actor que interpreta a un personaje tiene que transmitir al público una sinceridad a través de una mentira, que es el teatro, e interpretar a este personaje, tan contrapuesto a mi, es una mentira doble . Es un ejercicio difícil, pero divertido”.
Flotats ha tenido una década para estudiar, comprender y asimilar el texto de su amigo Brisville, y la conclusión final a la que ha llegado es tan compleja como aterradora. “Me da tanto escalofrío la situación que plantea la obra que por eso tuve que representarla”. Recién acabada la batalla de Waterloo, dos personajes políticos, cínicos y despiadados deciden, en la cena en la que se sitúa la obra del dramaturgo francés, el futuro de Francia y Europa. “Los dos sirvieron bajo muchos regímenes en un tiempo en que no se cambiaba mediate el voto, sino con la horca, el asesinato o la guerra. Esto explica un poco la dimensión de transfuguismo”. Para Flotats, una de las dimensiones más importantes de la obra es la invitación continua a la reflexión y al debate. “El texto es agudo, brillante. Dice muchas cosas, y el público además de pasarlo bien termina con la piel de gallina. Lleva a una reflexión sobre el poder y sobre quienes deciden nuestro futuro”.


UN TEXTO BRILLANTE

Esta virtud, la de transmitir un contenido, un mensaje, a través de un texto bien escrito, es una de las principales bazas que toda obra de teatro debe tener para ser representada por el catalán. Tal y como él afirma, “me tiene que contar una historia que me enganche, y luego, el lenguaje que se usa para contar esa historia, que sea un lenguaje de alto nivel, porque a mi el teatro que me interesa es el teatro de autor, de texto. Necesito oír una lengua culta, lo que no quiere decir una lengua minoritaria y con palabras incomprensibles para la mayoría de la gente, ni mucho menos, pero sí que sea de un nivel alto, porque, como dice Brisville, para oír hablar mal uno no va al teatro, mejor pasearse por la calle o coger el metro. Eso de entrada, y luego que el contenido, la ética, el discurso filosófico, poético y estético que contiene la obra me emocione y sea de mi gusto.”


INDEPENDENCIA LABORAL


Si de algo habla con pasión el director, productor, actor y escenógrafo de La cena, es de su recientemente adquirida libertad de decisión. “Ahora estoy disfrutando de este período en el que trabajo como productor independiente. La cena es la tercera obra que hago como tal y por ahora quiero seguir esta línea. Me ha dado una autonomía de la que gozo, y no tengo que rendir cuentas a nadie, más que al banco y al público”. Sin duda, el trabajar contando sólo con su propia aprobación escénica ha sido uno de los detonantes decisivos para que Flotats se decidiese, además, a crear el escenario de la obra. “Yo tenía esta obra muy clara en la cabeza. Y me vi capaz de hacer el decorado, dirigirla, interpretarla y producirla. Pero no es porque yo lo quiera hacerlo todo, sino porque a veces resulta más difícil comunicar a un escenógrafo un decorado que uno tiene en su cabeza, que hacerlo uno mismo. Al fin y al cabo le dices al escenógrafo que realice tu idea, y para eso ya lo hago yo”.

Publicado en FARO DE VIGO, el Viernes, 9 de junio de 2006